Todo el que me conoce sabe que el puerto, los puertos, son uno de mis lugares favoritos, inclusive profesionalmente. Quizá tenga algo que ver que mi niñez estuvo rodeada de puertos y de barcos, o quizá que mis primeros pinitos laborales los realicé en el Puerto de Las Palmas, verano tras verano, donde aprendí a quererlo y a conocerlo. Todo ello me llevó a recalar de nuevo en el puerto a finales de los años 90 y durante casi cinco años conocer en profundidad la cadena de valor y los juegos de poder que allí confluían. Claro, estuve rodeado de los mejores, los que lo dieron todo por el desarrollo portuario, y su legado ahí quedará. Otros me enseñaron a vigilar mis espaldas, como ellos vigilaban las suyas y algunos inclusive me enseñaron lo que no había que hacer porque así ellos cosecharon su fracaso. Pero había una gran familia, y pulsos, muchos pulsos y conspiraciones.
Ahora cuando lo miro desde la barrera (si a una plataforma multicanal de comunicación se le puede llamar así), mi intuición (y mis más de 20 años de observador privilegiado) me ayuda a ver algunos movimientos antes de que pasen, especialmente aquellos que apestan a rencores, abusos, malas artes y patrañas.
Como reza el titular de este artículo, esta situación difícil o comprometida en que hay varias posibilidades de actuación y no se sabe cuál de ellas escoger, o lo que es lo mismo, esta encrucijada, no está dirigida a desvelar o revelar los nombres de esa gente que desprende ese tufillo a rencor, extorsión, o prepotencia, a perdedor en definitiva. Pero están ahí, ya sea detrás de una terminal, de un operador logístico, dentro de los puertos, o parapetadas en una asociación. Y nosotros estamos aquí para contarlas, por honestidad y por transparencia, por el respeto a los puertos y a sus gentes.