El Gobierno de Donald Trump ha dado un paso más en su cruzada por restaurar la hegemonía económica de Estados Unidos, esta vez desde los mares. Con la firma de dos nuevas órdenes ejecutivas, la Casa Blanca ha desplegado un ambicioso plan para recuperar la competitividad del marisco estadounidense y liberar todo el potencial de la flota pesquera en el Pacífico. Aunque presentadas como medidas de reactivación económica y sostenibilidad, las acciones revelan un enfoque marcadamente proteccionista y geoestratégico que no escatima en autocomplacencia.
La primera de las órdenes ejecutivas, titulada «Restoring American Seafood Competitiveness and Rebuilding Working Waterfronts«, apunta directamente a una serie de reformas para fortalecer toda la cadena de valor del marisco en Estados Unidos. Desde el impulso a la acuicultura nacional hasta la modernización de las infraestructuras pesqueras en los puertos, la orden pretende “desbloquear el potencial económico y alimentario del marisco estadounidense”, según afirma la nota oficial. Entre las medidas destacadas se encuentran:
- La creación del American Seafood Initiative, una nueva plataforma interagencial dirigida por el Departamento de Comercio para coordinar inversiones y estrategias en el sector.
- La elaboración de un Plan Nacional de Comercialización del Marisco, orientado a reforzar la presencia del producto estadounidense tanto en el mercado interno como en el exterior.
- El compromiso de revisar las normativas que afectan a las operaciones pesqueras, la certificación de productos y los mecanismos de trazabilidad, con el objetivo de hacerlos más “ágiles y competitivos”.
La Casa Blanca no oculta su objetivo de recuperar cuota de mercado frente a productos importados, especialmente los procedentes de Asia, a los que tácitamente culpa de haber desplazado a la industria nacional.
La segunda orden ejecutiva, bajo el título «Unleashing American Commercial Fishing in the Pacific«, refuerza aún más el tono de reafirmación estratégica. El texto autoriza la revisión de áreas marítimas actualmente protegidas para evaluar su posible apertura a la pesca comercial, siempre bajo criterios “científicos y sostenibles”, según la administración. En la práctica, esto podría suponer un cambio de rumbo significativo en zonas como el Monumento Nacional Marino de las Islas Remotas del Pacífico, altamente restringidas hasta ahora.
“Durante demasiado tiempo, las políticas pesqueras se han guiado más por el simbolismo ambiental que por la ciencia y la economía”, declaró un alto funcionario de la administración de Estados Unidos. durante la presentación. La frase resume el espíritu de la iniciativa: Estados Unidos está dispuesto a explotar sus propios recursos marítimos si con ello puede reducir la dependencia de importaciones y reforzar su liderazgo global.
Ambas órdenes ejecutivas también hacen hincapié en la necesidad de modernizar la flota pesquera, facilitar el acceso al capital para los pequeños pescadores y fomentar la innovación tecnológica en el procesamiento del marisco. Incluso se contempla el lanzamiento de un nuevo Fondo de Infraestructura Pesquera, que movilizará fondos federales para la renovación de muelles, instalaciones de frío, plantas de envasado y otras infraestructuras clave en comunidades costeras.
Sin embargo, el tono del anuncio no ha pasado desapercibido. Analistas del sector pesquero internacional, así como representantes de la industria en países exportadores hacia EE.UU., han señalado la clara intención de marcar territorio. “Es una estrategia claramente soberbia, propia de una potencia que quiere dejar claro que puede abastecerse a sí misma y competir en cualquier mercado con condiciones impuestas desde Washington”, apunta un experto europeo consultado por Infopuertos.
Las implicaciones de estas medidas no son menores. Si Estados Unidos logra reducir su dependencia de importaciones pesqueras —actualmente superiores al 70 % del consumo nacional— podría alterar sustancialmente los flujos de comercio marítimo global. También podrían generar tensiones con socios comerciales que vean en estas órdenes un intento de proteccionismo encubierto.
El mensaje de la Casa Blanca, en todo caso, es contundente: el marisco estadounidense volverá a ser un símbolo de fortaleza económica, seguridad alimentaria y orgullo nacional. Y lo hará con todo el respaldo del Estado federal, dispuesto a reescribir las reglas del juego, tanto dentro como fuera de sus aguas.